El Movimiento Humanista Renovador (MHR), origen de la revista ENVIDO
Entrevista a Arturo Armada realizada por Norberto Raffoul y Rodolfo Beltramini, el 19
de abril de 2008, publicada en www.croquetadigital.com.ar
RB: ¿Cómo fue tu acercamiento al peronismo?
Arturo Armada: Mi acercamiento al peronismo viene del contacto con una agrupación
universitaria y una institución. La agrupación era el Movimiento Humanista Renovador
(MHR) de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), que era una opción novedosa en la
medida en que, llevando por nombre Humanismo, integraba el centro de estudiantes
de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Se trataba de militantes de
extracción cristiana, a la izquierda de la Liga Humanista y con vocación nacional y
popular, que superaban la postura antagónica entre la Liga y las agrupaciones
reformistas de esa década, la mayoría de las cuales eran hegemonizadas por el
Partido Comunista. Todo esto empieza, en parte, con el proceso de renovación
producido desde el Concilio Vaticano II de 1962.
En segundo lugar, como influencia generadora de la futura Envido, la vinculación, y en
algunos casos pertenencia, al Centro Argentino de Economía Humana. El C.A.E.H.,
era una réplica del C.E.H. francés, fundado por el padre Joseph Lebret, un cura
propulsor del acercamiento de los militantes católicos a los “desamparados de la
tierra”, participando en la lucha por la justicia social. Este Centro acá estaba integrado
por gente que después tuvo relevante actuación académica o política: Héctor Abrales,
ingeniero desaparecido en el 79 e integrante del Consejo de Envido; Carlos Juan
Zabala Rodríguez; Jorge Luis Bernetti; Héctor Cordone, profesor de historia,
especializado en movimiento obrero; Floreal Forni; Julio Neffa, investigador de
economía del trabajo.
También estaba Gonzalo Cárdenas que fue clave en la evolución del humanismo
renovador hacia el nacionalismo de izquierda. Ya siendo abogado, se puso a estudiar
Sociología y después. allá por el 68. fue docente titular de una cátedra que integró –
junto con Justino O’Farrell, Alcira Argumedo, Horacio González, Roberto Carri,
Norberto Wilner, Juan Pablo Franco, Fernando Álvarez , Jorge Carpio y otros–. Fueron
las llamadas “Cátedras Nacionales” de Sociología. Sucedió que, aprovechando la
intervención de la dictadura militar de Onganía en la Universidad, junto a la renovación
de docentes aparecieron todos estos nuevos profesores que terminaron siendo mucho
más “piolas “ (en su vinculación con la política popular y con el peronismo) que
muchos de los anteriores, academicistas, izquierdistas o liberales.
El M.H.R. tenía como características las siguientes: era una agrupación que, desde el
punto de vista filosófico global, seguía sobre todo a Emmanuel Mounier y al
personalismo filosófico, expresado por la revista francesa Esprit. Mounier (murió en
1950) proponía una revolución alternativa a la del marxismo, una revolución que
llamaba personalista y comunitaria. Un cristianismo del lado de los oprimidos, en
diálogo con el marxismo, pero sin aceptar ciertas premisas básicas del marxismo –
sobre todo desde el punto de vista filosófico–: el materialismo histórico, la teleología
proletaria de la historia. Un pensamiento no sustancialista, no determinista, con
fuentes existencialistas, en la línea de Kierkegaard, Marcel y Jaspers, sin
economicismo; nada de determinaciones ni sobredeterminaciones (y esto influyó
mucho en el modo de acercarnos a la realidad argentina, con su clase trabajadora
peronista), crítico del mesianismo del proletariado, del clasismo a ultranza, del
vanguardismo del partido “proletario”, de los esquematismos izquierdistas tan
devastadores en la práctica política. Un pensamiento sin recetas universales.
Un ejemplo ilustrativo: leí Qué hacer de Lenin, en los ‘60. Nunca pensé que allí estaría
la clave para la conformación de una fuerza revolucionaria que sustituyera al
movimiento peronista. Bastante antes y con distinta valoración que Firmenich, que allá
por el ‘73 y el ‘74, lo exaltó varias veces ante compañeros –hay muchos testimonios y,
además, en el 74 se hablaba del estudio de ese libro por parte de la conducción de la
organización– como la obra “sensacional” (sic), que tenía la verdadera receta para
“superar” –en el sentido hegeliano marxista– al peronismo, compitiendo con Perón en
su seno por la conversión de Montoneros en un partido clasista, “vanguardia de la
clase obrera”. Lo de gente como Firmenich fue casi una pendejada de zoquete
soberbio, pero con desenlace fatal para muchos, como sabemos, para miles de
desaparecidos, muertos en combate, quebrados y exiliados.
Bien, eso era el marco ideológico global. Al mismo tiempo, nos acercamos
rápidamente al peronismo a través de la lectura de los aportes de los grandes
“publicistas” del revisionismo histórico y del peronismo: Arturo Jauretche, Raúl
Scalabrini Ortiz, “Pepe” Rosa, Juan José Hernández Arregui... A un estudiante que
entraba al M.H.R. se le daba a leer primero Jauretche y después Hernández Arregui,
en especial La formación de la conciencia nacional. De Jauretche, alguno de los
libritos que editaban Coyoacán o Peña Lillo, como Prosa de hacha y tiza. Más
adelante llegaría El manual de zonceras argentinas. Pero leíamos a Jauretche desde
mucho antes. Hacíamos seminarios o cursillos donde exponían Cárdenas, Juan Carlos
Loureiro (de Acción Sindical Argentina), Cordone, Abrales, Pruden, Mascialino.
También leíamos un poco a ciertos revisionistas que no pertenecían a la línea
populista peronista, sino que más bien eran referentes del nacionalismo católico de
derecha, los hermanos Irazusta, Ibarguren, etc. El revisionismo histórico era un eje
fundamental para nosotros aunque no se compatibilizaba demasiado con el
progresismo cristiano o el peronismo de izquierda que asumía la mayoría de los
integrantes del M.H.R. En el M.H.R. había quienes no eran creyentes y que, entrando
por el lado del nacionalismo popular, miraban con simpatía al peronismo. Esto es el
proceso entre los años 62 y 64, y hubo asimismo un sector del M.H.R., que se abrió
más hacia la derecha, con lecturas de José Antonio Primo de Rivera y alguno terminó
integrando CNU, ultraderecha filoperonista.
Algunos de los profesionales que colaboraban o participaban en Economía Humana
eran curas, por ejemplo: Juan Pruden, teilhardiano; o bien Alejandro Mayol y el teólogo
Miguel Mascialino –ambos ex curas y militantes peronistas durante muchos años–.
En el 64 ó 65 hubo en el MHR un claro vuelco hacia el peronismo. En mi caso, sin
contacto orgánico con el peronismo, apenas conexiones con sindicalistas combativos
como Amado Olmos, estuve en cana unos días el 16 de septiembre de 1964, cuando
tomamos el rectorado de la UBA (en Florida al 600) en repudio a la Revolución
Libertadora. Nos denunciaron por usurpación. Tuvimos el mérito de haber ido en cana
en el gobierno de Illia, porque después con Onganía o Videla, ir preso ya era mucho
más probable. Ahí, entre los diecisiete que tomamos la universidad, el único que
quedó preso unos cuantos meses fue Horacio Pilar porque era buscado por el Plan
Conintes. Estaban entre otros Bruno Cambareri, que murió luego como combatiente
de las FAP en el operativo de liberación de tres presas de la cárcel del buen Pastor;
uno de los hermanos Tancoff; Villamor; Hugo Chumbita, al que dos décadas después
llevé al Consejo de redacción de Unidos; Trilnik… Nuestros abogados defensores
fueron Ortega Peña, Eduardo L. Duhalde y Gonzalo Cárdenas.
RB: ¿Se expresaron como peronistas en la toma del ‘64?
A. A.: Sí. Aunque algunos no lo eran del todo, por lo menos a esa altura
RB: Es decir, fueron precursores. Porque en esa época era muy difícil.
A. A.: Hasta esa época la política universitaria del peronismo era entrar con cadenas a
las facultades para hacer un acto, lo cual tenía una explicación en el control nada
pacífico de los reformistas antiperonistas en facultades como Derecho, Ingeniería o
Medicina. El 15 de setiembre a la noche hicimos una asamblea en Filo (éramos unas
sesenta personas) y decidimos tomar la sede de la Universidad como repudio a la
Revolución Libertadora. Fue un jalón más de las muchas manifestaciones que en ese
momento el peronismo planeaba hacer para preparar el retorno de Perón, cuando
pararon el avión en Brasil, en octubre del 64.
Entre los militantes más destacados del M.H.R. estaban Miguel Hurst, que murió en el
‘78 de una enfermedad; Norberto Ivancich, que falleció recientemente y había iniciado
su militancia universitaria precisamente en el MHR; Norberto Ivancich fue muy
importante en el moviento denominado Lealtad a partir fines del 73; Susana
Sciannameo; Carlos Gil; Adolfo Betchakian y otros. Pero uno de los más activos fue
Miguel Hurst, que tenía una librería (“Cimarrón”) ubicada a una cuadra de la facultad,
en Independencia al 3100. Y él fue el impulsor, el que tuvo la idea de Envido, me
propuso dirigirla y bancó financieramente el primer número. Se constituyeron un
Consejo de Redacción –elegido por mí– y un “grupo promotor” que decidía la parte
administrativa presupuestaria, conseguía la guita, se ocupaba de la distribución;
integrado por cuatro personas: Miguel Hurst, el cura Domingo Bresci, Susana
Sciannameo y Eduardo Clausen.
El primer Consejo de Redacción estaba integrado, aparte del director, por Domingo
Bresci, José Pablo Feinmann, Manuel Fernández López, Carlos Alberto Gil, Santiago
González y Bruno Roura. Los tres últimos provenían del M.H.R. Otros que publicaron
en varios números fueron Abel Posadas, sobre cine argentino –a Abel como a Horacio
también los convoqué a Unidos en los ‘80–; el ex-cura Rubén Dri, profesor de filosofía
en la U.N. del Litoral que creo que vivía en Reconquista, pero escribió importantes
artículos entre los números 3 y 6. En esos trabajos hace una suerte de combinación
entre Mao y Perón o plantea las diferencias entre el humanismo marxista y el
peronista. Una tarea algo diferente era la de Feinmann, que tomaba a un pensador o a
un pro hombre argentino –un Alberdi, un Sarmiento, un Felipe Varela– y estudiaba sus
textos o su acción política, recreaba interpretaciones. Esos artículos en Envido fueron,
años después, la base de su libro Filosofía y Nación. Tanto Feinmann como Horacio
González, –este con un discurso más metafórico, menos claro y sistemático– hacían
una tarea paralela de polémica con la izquierda teórica y práctica, e intentaban la
reconversión de la teoría liberacionista desbrozándola del marxismo eurocéntrico. Yo,
aparte de abarcar las tareas de todo un equipo editorial –era un revista muy artesanal–
escribía el “análisis de situación” y me ocupaba más bien de la coyuntura, hablando de
la “camarilla pro-imperialista enquistada en el poder” o de las condiciones del retorno
de Perón. Textos solo válidos temporalmente.
Además, con seudónimo, participaba Jorge Bernetti, periodista del semanario Análisis.
Mas tarde, Bernetti fue el presidente del Bloque de Prensa Peronista Eva Perón, fue
candidato a secretario general en la Asociación de Periodistas en el 72 ó 73.
Integrante de la JTP, dirigió la campaña presidencial de Héctor J. Cámpora. Fue de los
que tuvo que salir rajando del país en septiembre del ‘74, cuando los Montoneros
pasaron a la clandestinidad y él se enteró por los medios. Se fue a Perú y luego a
México. No sé qué posición adoptó Bernetti en el momento de la Lealtad, porque ya
hacía un tiempo que no lo veíamos. Él también tuvo cierta importancia –me adelanto
tres años– en la decisión de que Envido en el ‘73 se vinculara con Montoneros.
Después de los dos primeros números hubo un Consejo de Redacción mucho más
extenso con Horacio González, Horacio Fazio y otros. El Consejo, junto con su
director, decidió mayoritariamente vincularse a Montoneros; mientras que un sector del
consejo de redacción (Santiago González y José Pablo Feinmann) y dos del grupo
promotor, Eduardo Clausen y Miguel Hurst, dijeron no. Ambos militaban en el MRP
Aclaro, para los que tengan alguna noticia sobre las distintas formas que adoptaron las
agrupaciones peronistas desde el ‘55, que no es el primer MRP, el de Gustavo Rearte,
sino el segundo, el de De Luca, del Sindicato de Obreros Navales y de Pancho Gaitán.
El tercero fue el de Chacho Álvarez en la Renovación, que ya no se llamaba
revolucionario, sino renovador: era Movimiento Renovador Peronista. ¡Los dos
primeros fueron mucho más ambiciosos, irresponsablemente se llamaban
revolucionarios!
NR: Envido, ¿cuándo arrancó, cuántos números tuvo y hasta cuándo salió?
A. A.: Envido arrancó a principios del año 70 y el último número tiene fecha de
noviembre de 1973 (apareció en diciembre). Hubo intentos de continuarla tras el
proceso de la “lealtad”, en el 74, 75, pero fracasaron por razones varias.
Había sentido siempre una gran admiración por las revistas-libro teóricas, como
Temps Modernes o Esprit, que discutían desde filosofía hasta economía pasando por
la política y las artes, con números temáticos, secciones fijas, etc. Mi ilusión
adolescente era dirigir una revista-libro, que aportara a una ideología transformadora
de la realidad.
Cuando tuve que hacer Envido la cosa fue, por supuesto, totalmente distinta, no
teníamos los mismos medios ni la misma tradición intelectual o política que los
parisinos, sino otros. Podíamos adoptar algunas actitudes similares frente a la
realidad, con algún espíritu racional y crítico, cierta escritura ensayística, pero no como
las que tendríamos luego con Unidos, Aportes y controversias y otras que fueron de
mayor nivel teórico y más críticas o autocríticas respecto de las fuerzas políticas a las
que expresábamos.
Cuando armé el Consejo de Redacción, mi idea fue buscar a quienes tuvieran una
experiencia militante y al mismo tiempo fueran capaces de escribir o discutir artículos –
teórica y políticamente con fundamentos válidos–, cubriendo además distintos
sectores.
Por eso elegí a un periodista, Bernetti, con quien habíamos estado en Economía
Humana, me parecía un tipo muy ocurrente en la escritura que estaba informado por
varios canales. Su seudónimo fue Claudio Ramírez
NR: O sea que no eran intelectuales de gabinete.
A.A.: En realidad fueron elegidos por su experiencia en algún lugar que
considerábamos de militancia sectorial. En ese momento la idea era una revista
militante pero que se discutiera teoría. Hubo un Seminario de Pensamiento Argentino,
que dirigieron una profesora llamada Guillermina Garmendia de Camuzzo junto con
dos de sus adjuntas que eran Amelia Podetti y Nélida Schnait. En ese seminario
entramos a leer todos los autores que pudimos que escribieron sobre la historia
argentina y sobre la evolución del pensamiento. Ahí nació una voluntad de profundizar
en el pensamiento que se había generado en la Argentina, cuáles eran sus
limitaciones al captar la realidad pasada y presente, cómo y por qué se había impuesto
el pensamiento hegemónico de la dependencia. Desde el Facundo hasta Radiografía
de la Pampa, releyendo a Alberdi, Agustín García, L. V. Mansilla, José Ingenieros, etc.
Llegamos hasta José Ingenieros y después el grupo sobre Pensamiento Argentino se
diluyó porque llegó la diferenciación política; algunos nos volcamos hacia el peronismo
de izquierda y otros, como Amelia Podetti, se acercaron a Guardia de Hierro. Pero ese
grupo de estudio del pensamiento argentino fue vital para la gestación de Envido
porque, entre otras cosas, de ahí salió Feinmann. Y salió dispuesto para lo que
sobrevendría con la revista: su adscripción al peronismo. Sus primeros nueve trabajos
fueron publicados en Envido, aquellos fueron los pininos de su trayectoria.
Es interesante acotar que Envido, entre las cualidades positivas que tuvo, si las tuvo,
está que permitió que gente muy joven, nueva, empezara a escribir y su trabajo fuera
difundida entre una generación de militantes comprometida, decidida, muy activa.
Y lo que fue dándose con los sucesivos números fue que nuestro objetivo se fuera
convirtiendo en sentar las bases o más bien recrear una concepción de cambio social
y político sustentada en categorías históricas extraídas de la experiencia argentina, de
las luchas históricas de los sectores populares en la Argentina, desde Artigas en
adelante, pasando por las montoneras del interior mediterráneo, el radicalismo, al
estilo de esa línea histórica famosa en otros tiempos, nada más que la nuestra no era
exactamente San Martín, Rosas, Perón, sino Artigas, Yrigoyen y Perón.
Y en el descubrimiento del artiguismo tuvo influencia la obra de Salvador Ferla. El otro
que debo mencionar, con influencia sobre el M.H.R. y Envido, fue Conrado Eggers
Lan, que, en la década del ‘60 publicó tres o cuatro libros. El primero se llamó
Cristianismo, marxismo y revolución social y era del ‘64 editado por Jorge Álvarez, el
segundo, que ya se empezaba a acercar al peronismo, se llamó Cristianismo y nueva
ideología, del ‘68 y después en el 69 ó 70, Peronismo y liberación nacional; ahí ya
escribía “desde el peronismo”. Conrado fue más importante que Mounier para mí y
para muchos de nosotros, incluso también influyó con sus concepciones sobre
Feinmann con su crítica a Althusser ; y sobre muchos otros que trabajaron con él
como ayudantes o que fueron sus alumnos.
Teníamos la concepción de que éramos (somos) un país dependiente y que aquí la
principal contradicción no era la contradicción burguesía-proletariado; sino que
tomábamos de Mao las tesis de las contradicciones secundarias y principales. La
contradicción imperio-nación o centro-periferia era la contradicción principal, las demás
estaban subordinadas y había todo un replanteo sobre las opciones ideológicas, en el
cual, por supuesto, cada uno ponía su estilo y aprovechaba sus conocimientos
específicos
Conrado aparece en su primera obra “ideológica” como alguien que, desde el
cristianismo, quiere dialogar con el marxismo, que estudia a Marx, toma sus conceptos
fundamentales, los discute, sin ser antimarxista. Replantea un humanismo que puede
ser compartido por marxistas y cristianos.
Nada más que acá teníamos un fenómeno sociopolítico muy importante, que Mounier
no tenía, que era el peronismo; Mounier dialogaba con el partido comunista que era la
expresión, en ese momento, de la clase obrera francesa... Nosotros acá...
RB: Teníamos otra identidad obrera...
A. A.: Claro, y en tanto revista Envido, no es que dialogábamos con el peronismo,
directamente íbamos hacia el peronismo y nos identificábamos con el peronismo. En
los primeros dos números de Envido no se lo explicita tanto (unos éramos peronistas
hacía rato y otros no) pero, a partir del tercero, directamente todos éramos peronistas,
nos sentíamos y declarábamos peronistas.
Aparte, produje algunos otros libros, uno de los cuales es de mi autoría: Los católicos
posconciliares en la Argentina que escribimos con Norberto Habbeger y Alejandro
Mayol (1970). Ahí hice una abundante recopilación de documentos de católicos,
cristianos, sacerdotes o laicos de entidades distintas, Acción Sindical Argentina por
ejemplo; que muestran una corriente nueva en el panorama político argentino, que era
una corriente progresista, revolucionaria y muy proclive al peronismo.
Norberto Habbeger fue subdirector de Noticias, estuvo en alguna conducción zonal de
Montoneros y lo mataron en la frontera con Brasil; es mencionado en otros
testimonios. Tenía origen demócrata cristiano y creo que estuvo en Descamisados.
Aclaro que no tuve que ver con el surgimiento de las organizaciones armadas y que mi
conexión mayor fue durante los años 72 y 73, en especial con motivo de aquel vínculo
entre Envido y Montoneros, que fue totalmente fallido.
En 1973, a principios de junio, hubo una escisión en Envido, sobre la cual escribió
Feinmann varias veces, en la cual la mayoría decidió vincularse con la organización.
Del Consejo de Redacción había solo dos que estuvieron en contra y siete estuvimos
a favor. Del “grupo promotor” había dos y dos. Luego de esta ruptura Hurst y
Feinmann sacaron una revista que se llamó Aluvión. Una revista teórica de similar
factura y vocación pero no vinculada a Montoneros. Lo malo que les ocurrió es que
tardaron en hacerla. Y cuando la publicaron, fue a pocos días de la muerte de Perón,
en julio del ‘74. Le agregaron una introducción de apoyo a Isabelita; por desgracia, la
teorización de Feinmann sobre la lealtad como valor político, quedó transferida a
Isabelita casi por yuxtaposición.
Obviamente, ellos también estuvieron en Lealtad. Casi todos los anteriores miembros
de la revista, los que figuraban y escribían, estuvimos en Lealtad. Salvo el caso de
Bernetti del que no puedo dar fe. La apoyó también Conrado Eggers Lan del que hablé
antes como mentor.
En Aluvión figuraron incluso Enrique Martínez, Abrales, Abel Posadas que también
integraban y/o escribían en Envido.
El número 10 de Envido, que salió supuestamente bajo el ala “orientadora y generosa”
de los Montoneros, resultó tener poco que ver con los Montoneros en su proyecto de
disputarle la conducción del movimiento a Perón. Aquí lo tengo y leo. En el Consejo de
Redacción: Arturo G. Armada, Jorge Luis Bernetti, Domingo Bresci, José Ricardo
Eliaschev –que participó en ese único número– Horacio Fazio, Juan Pablo Franco,
Carlos Gil, Horacio González, Héctor Méndez que fue en el 73 decano de Educación
en la Universidad de La Plata. Para el número 10, en consonancia con la tendencia de
la época decidimos no firmar los artículos, por lo que aparece todo el mundo en el
Consejo de Redacción. Algo totalmente contrario a lo que va a pasar después del 83,
en que cada uno quería firmar lo suyo a toda costa.
Como reflexión para el tema del libro, entre la intelectualidad, intelligentsia, o como le
queramos llamar, en general todos los que habíamos sido peronistas desde antes –
que se les ocurriera a Abal Medina, Ramus, Firmenich, etc. que existiera Montoneros–,
estábamos en consonancia con la disidencia, con la “lealtad” en sentido amplio. Es
que el nuevo planteo de la conducción de Montoneros significaba un claro retroceso a
posiciones político-ideológicas previas a nuestras discusiones y elaboraciones en la
revista o en las Cátedras Nacionales de Sociología de la UBA. Lo mismo ocurrió
mayoritariamente, creo o supongo, a nivel de la militancia territorial, sindical, villera.
Aunque también hubo también antiguos compañeros peronistas que siguieron con
Montoneros, el caso de la familia Chávez en La Plata, por ejemplo, porque nadie
puede negar la trayectoria y legitimidad como peronistas del padre desaparecido o de
Gonzalo Chávez. Podrían mencionarse así unos cuantos. Un caso de intelectual en
esa situación sería el de Rodolfo Puiggrós cuyos libros también los teníamos como
guía en el MHR (no era el que más nos gustaba; en realidad las preferencias iban más
hacia Jauretche, Hernández Arrregui, E. Astesano, Fermín Chávez y los dos primeros
libros de Salvador Ferla). Historia argentina con drama y humor de Salvador salió en el
74 cuando ya a Envido no conseguimos sacarla más, pero varios de nosotros éramos
docentes en la Facultad de Ciencias Económicas y allí lo usábamos mucho.
Resumiendo, cuando salió el número 10 causó pésima impresión en la conducción de
Montoneros, por considerarlo “muy movimientista”. Nunca lo discutieron con nosotros,
pero lo supimos de fuente bastante directa. Las diferencias eran varias y poco sutiles.
NR: ¿Por qué no explicás un poquito eso? Porque nos va metiendo en el tema
de la Lealtad a partir de los debates o las fisuras que se producían...
A. A.: Claro, como Envido nos manifestamos peronistas de izquierda, sin
esquematismos marxistas. Ahora bien, un planteo como el de la conducción de
Montoneros, en la cual se instalaba una competencia, mejor una disputa con Perón
por la conducción del peronismo, para nosotros era algo disparatado e inaceptable.
Aparte, estos son elementos que creo que he mencionado: teníamos lógicamente una
resistencia muy grande a repetir “bueno, Perón tiene otro proyecto, no es el nuestro,
aquí hay dos proyectos uno socialista y otro nacional burgués”, como decía la charla
de Firmenich a los frentes. Eso realmente no conjugaba para nada con lo que
veníamos procesando desde hacía años. Cuando nosotros aceptamos vincularnos
pensamos que era una oportunidad para que todo ese fenómeno de masas que se
estaba dando con JTP, JP, JUP, Agrupación Evita, los frentes que tenía la Tendencia,
regulados, manejados por Montoneros fuera acompañado por un marco teórico
adecuado, avanzando en cierta elaboración teórica superadora de los clichés
izquierdistas tradicionales.
Se puede decir que fuimos ingenuos. Eramos jóvenes veinteañeros (cuando empecé a
dirigir Envido tenía 26 y 29 cuando dejó de salir). En un artículo para El Ojo Mocho
puse una definición de lo qué fue la revista. Cito: “Envido fue la expresión esforzada,
dolorosa, ingenua y tributaria de una época que contenía en su vientre político un
conjunto de ilusiones, sustentadas por un grupo de veinteañeros que creían que
habrían de convertirse en los Marx latinoamericanos del siglo XX; y que llegarían a
hacerlo en un gran país, un país ejemplo para las luchas nacionales de liberación y las
batallas por la revolución social de toda América e incluso el tercer mundo”.
Creíamos eso: que con Perón en la Argentina, con el peronismo, iniciábamos un
proceso de liberación nacional y social de Latinoamérica y que podía tener infuencia
internacional. No es que pensáramos: “esto debe ser admitido en África” pero… Y,
aunque en realidad no lo decíamos, suponíamos que todos los pueblos debían tener
un peronismo propio y un líder como Perón.
Hace mucho que no pienso así. De todos modos, aunque hoy aquello me parezca
absurdo, recuerdo con respeto y cierta ternura a esos Horacio González, Feinmann,
Abrales, Hurst, Posadas, Bernetti, Gil, Armada y el resto de los que hacíamos Envido
porque lo creíamos sinceramente.
NR: ¿Cómo se manifestó la polémica con la conducción montonera?
A. A.: En que se esfumó la persona que tenía que ser el nexo, probablemente el
“responsable” a futuro. Nunca se comunicó después de agosto de 1973. ¡Estaría tal
vez discutiendo el por qué del asesinato de Rucci y no habrá tenido tiempo!
En un momento durante el 73, se nos ocurrió una teoría: que simplemente habían
querido congelar la revista. Sí, porque no creo que les molestara en especial, teniendo
en cuenta su proyecto. Tenían su prensa fiel –Noticias, El Descamisado–. Pero, al fin
era una publicación con llegada a los frentes territorial y universitario, si la podían
neutralizar, mejor.
Envido se repartía en las principales ciudades en todos los centros del país y tenía,
eso ya fue conseguido mucho antes, en el 71, tenía gente que la vendía sobre todo en
centros universitarios de todo el país como el Integralismo de Córdoba, Ateneísmo de
Santa Fe, la FURN de La Plata. Los mandábamos por correo o por alguien que, en
este caso era José, visitaba por razones comerciales distintas ciudades y las llevaba.
Retomando el hilo, supondrán nuestro estupor cuando llegaron las “charlas a los
frentes” de Firmenich (mencionadas en otros testimonios) y analizamos el documento
respectivo, hecho en base a la desgrabación de una charla a los frentes de noviembre
del 73.
NR: ¿El mamotetro?
A. A.: No, ese es otro al que se le llamaba también “la biblia” y también Documento Nº
2. Durante mucho tiempo tuve un ejemplar de la transcripción –más breve– que luego
le presté a Ivancich en el 83 cuando escribieron con Wainfeld para Unidos, sobre
Perón y los Montoneros. No es que la extraño, pero únicamente para un caso como
este me gustaría agarrarla y decir: “¿ves lo que Firmenich dice acá?” Pero recuerdo lo
principal, eran dos proyectos distintos, el de Perón y el de él con la conducción
montonera. Era un soberbio de aquellos. En la charla al frente territorial comparaba su
edad con la de Perón y se jactaba de lo que había logrado con sus escasos 26 ó 27
años… ¡Estar al nivel de Perón! Si se proyectaba la comparación en el tiempo futuro,
¡a los 45 iba a ser más importante en la historia latinoamericana que Perón y Fidel
juntos! Inmaduro pero fatal para muchos. Pero no solo se trata de documentos y
teoría, también había sucedido el asesinato de Rucci.
RB: ¿Qué impacto provocó entre ustedes la muerte de Rucci y cómo la
procesaron?
A. A.: Fue clave, el acontecimiento más destacado que todo disidente recuerda y
menciona como detonante de la disidencia, lo inaceptable, lo insoportable. Que a dos
días del triunfo de Perón en las elecciones presidenciales, con el 62% de los votos, se
matara a un hombre con el que la tendencia sostenía una serie de querellas pero que
era un hombre de confianza de Perón, su hombre en el sindicalismo, en la C.G.T., nos
gustara o no. Rucci no nos gustaba, pero matarlo era imbancable. Están las famosas
anécdotas de Norberto Ivancich que estaba en la JUP-Juventud Universitaria
Peronista de la UBA, diciendo “esto es la CIA, lo mató la CIA”, afirmación que se
reprodujo en otros ámbitos y frentes.
Es importante la revisión que habíamos hecho internamente todos los que estuvimos
el 20 de junio en Ezeiza participando desde los sectores. Yo fui con la columna sur,
cuyo responsable máximo era José Luis Nell, porque en ese momento yo trabajaba
con jóvenes, en un sector cercano a la JP de Florencio Varela. Toda la revisión que
hicimos acerca de lo que se sabía antes del 20 de junio en la conducción y en ámbitos
no demasiado elevados, respecto de lo que podía pasar en Ezeiza: para qué cosa
estaban preparados quienes ocupaban el palco; la discusión sobre tácticas para copar
el frente del palco; el hecho de que se llevaron armas, aunque no fueran de guerra,
sino para autodefensa; etc. Todo eso está bien analizado en Wainfeld e Ivancich, en
su trabajo sobre Los Montoneros y Perón, publicado en dos números no sucesivos de
Unidos. Aunque a ese trabajo lo juzgo un poco benévolo con el propio Perón, con su
responsabilidad como conductor.
No puedo decir nada nuevo, pero tengo certezas sobre la locura que significó ir a
disputar la parte de adelante del palco sabiendo que podía pasar lo que sucedió. Una
tragedia terrible, un enfrentamiento por ocupar un espacio en un acto de masas de un
millón y medio, dos millones de personas. Todo esto no salva de culpabilidad ni a los
sicarios asesinos de Osinde ni de responsabilidad al propio gobierno de Cámpora,
(tampoco a la indirecta responsabilidad en términos de conducción del peronismo del
propio Perón). Pero acá estamos mirando qué se preparó del lado nuestro, la locura
que significó, yendo dispuestos a algo para lo que no debía irse, participando de un
modo que terminó siendo un desastre, una masacre. La revisión de Ezeiza, el
asesinato de Rucci, el fenómeno de la resistencia que percibíamos en muchos
compañeros con los que trabajábamos a ciertos manejos que se daban en los frentes,
en los cuales aparecía un pibe de 19 años que era instalado como responsable de un
sector porque había tenido una experiencia de fierros, o de un grupo de militantes que
desde hacía años venían trabajando. Eso surgió muy claro en las villas donde
aparecía un rubiecito que, por más que a lo mejor fuera un buen tipo, carecía de
experiencia vital de lo que pasaba en un villa. Y aunque la tuviera conceptualmente, su
aspecto, su manera de hablar, todo hacía que no se le tuviera mucha confianza, por
más que viniera del cielo y en realidad venía porque le había ido bien en una opereta,
en un operativo con fierros. Es decir, empezó a aparecer un conjunto de responsables,
de tipos a cargo de trabajos de superficie que realmente provocaron resistencia en los
que quedaban subordinados a ellos. Rechazo no solo por razones siempre éticamente
válidas, a veces incluso por la misma ambición de poder de los que quedaban
subordinados a él. No vamos a decir que todos los de base eran buenos y vinieron
pendejos malos pero veámoslo como fenómeno. Fue un error gravísimo, que creo que
se reprodujo en todo el país: privilegiar la experiencia militar sobre la política. Un
grosero error, “de manual”. Porque así la conducción perdió cuadros muy importantes,
cuadros que después trabajaron descontentos, y que empezaron a desconfiar de esto
que estaba ocurriendo porque no era natural, no era usual en el peronismo. Que Perón
mandara un delegado que era una garcha, Paladino o cualquiera, podía ser. Ahora,
que en el seno de un organismo de masas aparecieran como emisarios de una
conducción tipos que no tenían trayectoria allí y que venían a dar órdenes y manejar
las cosas sin saber de qué se trataba, sin que nadie supiera quiénes eran y que
además no tuvieran experiencia en ese ámbito, era realmente un dislate.
El asesinato de Rucci, más esos dislates de representatividad, más la charla a los
frentes, fue lo que provocó que en enero y febrero del 74 se produjera la disidencia
que se llamó “Lealtad”, que incluso tuvo varias formas. Que primero en un sector
apareció como “Montoneros, soldados de Perón” y en otros simplemente como JP
Lealtad, y que se reprodujo en varios frentes. Con el frente que yo tenía que ver, que
era el universitario, fueron ADUP Lealtad y JUP Lealtad.
RB: ¿De Envido quedó alguno que no estuviera en Lealtad ?
A. A.: Sería el caso de hablar con Bernetti, a ver qué pasó con él, cómo reaccionó
frente a todos estos fenómenos desde el asesinato de Rucci y cuando, en septiembre
del 74, se tuvo que ir rajando.
Él estaba recontra junado, era un tipo de superficie, candidato a Secretario General de
la Asociación de Periodistas, periodista político de un semanario, había dirigido la
campaña de Cámpora, ¡todo! Más visible que Bernetti habría pocos en setiembre del
73.
NR: Hay gente que rompió después…
A. A.: Hubo “fenómenos tipo lealtad” en enero, febrero del 74 y después hubo mucha
gente que se fue desgajando, en forma individual o grupal, todo ese año, sin contacto
con la llamada Lealtad.
NR: Hay gente que dijo: “estoy de acuerdo con ustedes, pero hay que pelearla
desde adentro”. Hay gente que dijo: “yo no puedo romper” porque tenía todas
las estructuras de vida contenidas en la organización.
A. A.: Tal vez fuera un poco más fácil para los que estábamos en la universidad o en
una revista. No dependíamos, ni vivíamos dentro de la organización. Teníamos
nuestro trabajo, no estábamos en la clandestinidad, éramos totalmente de superficie y
tampoco sentíamos un compromiso personal y afectivo con ninguno de los mandos ni
de los mandados dóciles de ese momento.Fue relativamente más fácil.
NR: Sobre el 20 de junio, además de la tesis que mencionaste, desarrollada por
Wainfeld e Ivancich en el artículo de Unidos, está la tesis de Verbitsky.
A. A.: Yo tenía, en el 73, después de Ezeiza, la versión de Norberto Ivancich
especialmente, sobre las discusiones previas al 20. Ivancich, que estaba en un nivel
de conducción con conexiones suficientes como para poder contar que en la
organización sabían perfectamente lo que estaban preparando Osinde y compañía,
que se discutía cómo íbamos a ir a Ezeiza. Vamos armados, más o menos armados,
le decimos a la gente, no le decimos, (la gente eran los militantes más de base, de
superficie).
Fueron a imponer “la fuerza de las masas”, un delirio. Los tipos estaban armados,
sacaron armas y para colmo los nuestros empezaron a responder el fuego. Yo me
banqué los dos tiroteos ahí. En ambos detrás de un árbol, porque no tenía
absolutamente nada para hacer, salvo guarecerme. Para mí fue una novedad total.
RB: Eso fue en la columna sur, la que llevó las armas, la que llevó la peor parte.
A. A.: Sí, yo no estaba en la cabeza de la columna sur sino por la mitad, pero era
muchísima gente, y había de todo –mujeres, chicos, viejos– y aquello era un desastre.
Enfrentar esa gente, había mucha gente inocente contra tipos armados que son unos
psicópatas hijos de puta.
RB: Mercenarios argelinos con armas largas.
A. A.: Aunque no lo fueran, con que fueran simplemente pesados de cualquier lado,
de cualquier sindicato.
NR: Ahora, vos dijiste también, no sé si como consecuencia del libro Ezeiza, el
comentario, no sé si salió en Unidos, hiciste mención a que hubo una polémica
posterior con Verbitsky por esto.
A. A.: Ojo que eso fue en Unidos, recién a mediados de los ‘80, autoría de Víctor
Pesce y Horacio González. La de Verbitsky es la mirada de la versión oficial, tamizada
por su crítica, porque él también tiene una crítica posterior a la conducción, como
puede tenerla Bonasso o cualquiera de los que rompieron mucho después.
NR: Otra pregunta, mencionaste a los dos MRP, hay mucha gente que no conoce
ni las siglas. Podemos aprovecharte para que hagas una descripción.
A.A.: El primer MRP era el de la primera juventud peronista que surgió después del
‘55 y que ponía caños, que resistía en todas partes, que tenía ideas revolucionarias: el
jefe era básicamente Gustavo Rearte. Después se transformó, por ejemplo, mucha
gente de ese MRP estuvo en ARP que estaba encabezado por John William Cooke y,
a su muerte, por Alicia Eguren.
El segundo MRP fue algo más orgánico y público, cimentado sobre el Sindicato de
Obreros Navales, con De Luca, su secretario general y Pancho Gaitán, que sustentaba
la visión política. El MHR, con Hurst a la cabeza se había aliado con la agrupación del
MRP en Filo de la UBA (denominada AEP, Agrupación de Estudiantes Peronistas) y
luego la alianza se transformó en AEP-MRP. En esa facultad eran del MRP, por
ejemplo, Adriana Puiggrós, educadora, que fue decana en tiempo de Puiggrós y
Villanueva que pasó al frente universitario manejado por Montoneros.
NR: Se produce la ruptura, aparición de la solicitada, ¿cómo viviste vos esa
experiencia de la Lealtad?
A. A.: Ahí el intento era hacer política y no hacer guerra. Pero progresivamente vimos
cada vez con más claridad que era difícil hacer política en medio de la guerra, sobre
todo cuando pasaron los Montoneros a la clandestinidad, difícil hacer política en el
fuego cruzado de la triple A y las organizaciones armadas. Recuerdo reuniones con
Rocamora, Ministro del Interior, en fin, una serie de intentos de armar políticamente
una fuerza. El proyecto de sacar la misma revista Envido fue frustrado. Durante todo el
74, 75 y hasta el 76, nos reuníamos en mi departamento. Estaba ahí lo que podría ser
un nuevo Consejo de Redacción desde Enrique Martínez, Miguel Saiegh hasta ¡Juan
Llach!. A veces ideábamos un número, pero siempre había problemas de cómo
plantarnos, cómo ubicarnos respecto a la realidad y el tiempo se iba en informaciones
y discusiones sobre la nebulosa posterior a la muerte de Perón; y no se pudo. No
teníamos tampoco los anteriores canales de distribución para la revista, ni quién la
repartiera. No era cuestión de medios financieros sacarla sino que Envido, desde los
números. 1 al 10, había descansado mucho en la conexión con agrupaciones de tipo
territorial o universitario, en Buenos Aires y La Plata. También en el interior del país,
sobre todo en Santa Fe, en Rosario, en Resistencia, en Córdoba, en Tucumán, en
Mendoza. Esos contactos se perdieron totalmente, porque dejamos de ver a la gente,
muchos quedaron con la organización, otros se desentendieron ya después de pasar a
la clandestinidad Montoneros. Después de la bomba a Movimiento, dirigida por Miguel
Saiegh, surgían cuestiones elementales de seguridad. Envido fue atacada por El
Caudillo, de Felipe Romeo, un cuadro de la Triple A. Asimismo, muy atacada por la
revista católica ultramontana Cabildo, sobre todo en la persona de Domingo Bresci.
Cabildo ya desde el 73, y creo que en el 72, que hablaba “del cura Bresci que escribe
en la revista marxista Envido”. Siguieron luego con ese ataque, ya una botoneada en
tiempos de la Triple A, en plena dictadura, una especie de precondena a muerte.
Cosas de los ultrareaccionarios, delirios para una razón normal: nuestra principal lucha
teórica había sido contra interpretaciones marxistas del peronismo. Fue o quiso ser un
intento serio desde un peronismo universitario, más o menos intelectual, de discutir
cara a cara con el marxismo usando a veces los propios elementos conceptuales que
brindaban Marx y los marxistas vernáculos. Claro que Cabildo también era
antiperonista, entre otras cosas.
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